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DESPERTAR Cómo el arte ayudó a resignificar mis traumas

Autor: Eduardo Torres Nicolás

Capítulo 1 del libro "DESPERTAR Cómo el arte ayudó a resignificar mis traumas", Editorial Ril y Espaciocrea





ACABO DE DESPERTAR


Acabo de despertar. Son las 6:00 a. m. y me preparo para mi entrenamiento de pesas. Me siento motivado. Realmente disfruto de este espacio de conexión conmigo mismo. Hoy cumplo cuarenta y cinco años y, aunque me gusta cumplir años, me asusta la idea de envejecer y morir, porque no quiero dejar de estar con quienes amo. Estoy nervioso y expectante. Mi hermano Ernesto está viniendo de Copiapó con Felipe, su pareja. Todos los esperamos con ansias, especialmente mis hijos, que adoran a su tío. Cada vez que vienen es una gran celebración, traen regalos para todos e invaden la casa de alegría. Pero esta vez es diferente. Ernesto viene para traerme el libro de Ulises Carabantes. No consigo pensar en otra cosa que no sea ese libro, y cada vez que lo hago comienzo a sudar. Carabantes es un escritor del norte de Chile que escribió la historia de mis padres. Yo sobre esta historia no tengo casi información. En realidad, nunca quise preguntar. No les pregunté ni a mis abuelos, ni a mis tíos, ni a mi hermano. Nunca quise saber detalles de lo que ocurrió aquel fatídico día en que los dejamos de ver. Siempre me dio pavor conocer los detalles de esa verdad. Escribo estas líneas y vuelvo a sentir que mi estómago se contrae y que el aire deja de llegar a mis pulmones. Mi esposa me mira y me dice: «No lo leas hoy. Es tu cumpleaños». Pero siento una curiosidad tan grande por saber lo que hay en esas páginas, que, aunque la sola idea de tomarlo entre mis manos me aterra, hay una fuerza dentro de mí que me precipita inexorablemente hacia ese lugar. Celebramos. Me cantan el Cumpleaños Feliz y yo soplo las cuarenta y cinco velas de la torta. Todos están alegres, pero yo no logro sacarme el libro de la cabeza. Es como un cofre secreto para mí, del que por fin tengo la llave que me permitirá abrir tantas cosas. Pero no sé si estoy preparado. Mis hijos se durmieron temprano. Estaban felices con sus nuevos juguetes y quedaron agotados de tanto jugar. Mi esposa conversa con Ernesto y Felipe, y yo aprovecho para escabullirme a la habitación. Me recuesto en mi cama con el libro en el velador. Lo miro, y mi corazón comienza a latir cada vez más fuerte. Nuevamente me falta el aire, mi estómago se aprieta hasta acalambrarse, 11

mis manos se enfrían y comienzo a sudar. ¿Me estará dando un infarto? Estoy realmente aterrado, me imagino lo peor. Pero estoy solo y sé que es el momento. Tengo que hacerlo ahora. Abro el libro. Es pequeño y está dedicado a un amigo del escritor que también viajaba ese día junto a mis padres y a otros copiapinos. Siento como si me fuera a encontrar nuevamente con ellos. No los veo desde hace cuarenta y un años y casi no los recuerdo. Los he ido conociendo por fotografías antiguas y por lo que la gente nos ha ido contando a mi hermano y a mí. Nos dicen que eran muy buenos, cariñosos, inteligentes. «Que nos querían mucho», eso dicen siempre, pero yo no lo recuerdo. Solo tengo imágenes borrosas en mi cabeza que se mezclan con relatos y fotos antiguas. Imágenes de colores lejanos, en blanco y negro o sepia, que ya no sé si son reales o si en realidad son retazos ficticios con los que mi mente ha intentado llenar los huecos de mi pasado. Lo cierto es que siempre me sentí como un extraterrestre. Es como si un día me hubieran depositado en la tierra sin más, sin pasado ni raíces. Dejo de dar vueltas y tomo el libro. Me tiemblan las manos y siento que el corazón se me saldrá por la boca.






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